martes, 6 de noviembre de 2012

cero excusas si perdí pues perdí







La derrota en ajedrez es especialmente dura por dos razones: es una lucha individual y una competición mental. Cualquier futbolista puede sentirse mal cuando acaba el partido y su equipo sale derrotado, pero también es cierto que el posible sentimiento de culpabilidad se reparte entre todos los jugadores. No así en ajedrez, donde uno es el único culpable de la derrota.






Además creo que existe cierta predisposición a aceptar la derrota física con más facilidad que la derrota mental. Quiero decir que parece más fácil reconocer que otra persona corre más, salta más alto o tiene mayor fuerza, que admitir que es más inteligente o que usa mejor su mente.






Sin embargo la aceptación de la derrota en ajedrez, en las dos vertientes que acabo de exponer,supone un gran paso hacia la madurez y el crecimiento personal. Esto creo que es de especial valor en niños y jóvenes que se están formando ahora, y que pueden encontrar en esto uno más de los muchos valores y aportes que nuestro noble juego trae consigo.






No obstante, con frecuencia encuentro muchos jugadores de diferentes edades que siempre parecen encontrar una razón para la derrota que no es la sencilla: "he sido superado por mi rival". Estoy cansado de escuchar frases del tipo: "había demasiado ruido en la sala y no me podía concentrar...", "con ese calor no se podía jugar al ajedrez...", "mi rival no paraba de gesticular y eso me molestaba mucho..." o "tengo demasiados problemas en la cabeza para calcular dos jugadas seguidas...". Tristemente creo que en algún momento de mi vida he usado una u otra de estas frases y, si no, alguna otra parecida.






Hace poco uno de mis alumnos me explicaba que no había podido preparar la partida de la tarde, porque no había llevado el ordenador al lugar de juego y que, por tanto, no pudo repasar la apertura que siempre juega el que era su rival, que se acabó imponiendo. Yo, que en alguna otra ocasión le he escuchado "justificar" la derrota por razones extraajedrecísticas, le expliqué: "Te voy a decir algo que no te va a gustar. Es un consejo que, seguramente, no es agradable de escuchar, pero que creo que te va a ayudar: No busques excusas ante la derrota. Cuando pierdes una partida has perdido. Y punto." Él asintió y yo me sentí satisfecho leyendo el entendimiento en sus ojos.






A veces son los propios padres los que buscan excusas. "Hijo mío, no te preocupes, ese niño era un tramposo...", "llevas toda la semana estudiando para los exámenes y ahora estás muy cansado...", o alguna frase parecida puede ser habitual tras la partida perdida del vástago.






Admitir la derrota sin excusas ni complejos sólo es un paso más en el camino. Allí nos vemos, espero.

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